Por: Juan J. Vega. 2010.
Curso de Ecosistema. Maestría en Ingeniería Ambiental. Facultad de Ingeniería Civil. Universidad Tecnológica de Panamá. Panamá.
Dicen que los mejores momentos de nuestras vidas, pasan desapercibidos y no es hasta mucho tiempo después, que los recordamos con mucha melancolía.
Recorriendo los potreros y las escasas zonas verdes, que aún quedan en mi pequeño pueblo, los cuales son testigos silenciosos de una época de gran abundancia y riqueza natural, sentí mucha tristeza al ver que poco a poco vamos destruyendo la pequeña herencia que nos dejó la madre tierra, cuya permanencia pudimos asegurar para nuestros hijos y nietos, pero que a causa de nuestras malas prácticas, estos no podrán disfrutar de las maravillas que podíamos encontrar durante una tarde de paseo en esas zonas.
Hacía mucho tiempo que no visitaba aquellos rincones y salí de mi casa con mucho entusiasmo para revivir esos momentos, cuando, en compañía de mi abuelo -que en paz descanse-, salíamos regularmente a los ¨Cerros¨ para ir en busca de árboles caídos y hacer leña de los mismos o en busca de alguna de las frutas de temporada que habitualmente, encontrábamos en abundancia. Todo fue muy decepcionante ya que el monte de donde obteníamos nuestra leña, en aquellos días, había sido convertido en potrero de pasto mejorado; había allí innumerables reses bajo el sol, por ellas sentí mucha lástima.
Decidí luego ir en busca de aquellas frutas de temporada como nance, aguacate, guayaba sabanera y mangos sanjuaneros, pero, para aumentar mi desanimo pude ver que aquellos árboles de nance, de los cuales llenábamos nuestras bolsas de sus deliciosos frutos, habían sido cortados a la altura de la cerca de las que formaban parte, por la absurda razón de que su sombra perjudica el crecimiento del pasto a la orilla de aquellas cercas. Al igual que aquellos desafortunados árboles de nance, los aguacates, los guayabos sabaneros, y algunos árboles de mango, habían sido también talados por las mismas absurdas razones, a lo cual me pregunté si había sido afortunado por haber disfrutado de la abundancia de aquellos tiempos o si habría sido mejor, jamás haber visto lo que hoy con tanto dolor veo perdido.
Me dirigí entonces a las viejas quebradas que de niño visitaba para refrescarme luego de una larga caminata, con la esperanza de que no hubiesen corrido la misma suerte de aquellos viejos montes, que por años nos ofrecieron su leña o la de aquellos frutales, que nos permitieron disfrutar de sus manjares. Para mi tranquilidad pude ver que esos sitios no habían cambiado mucho desde la última vez que los visité. Aún estaban presentes aquellos viejos árboles que con su sombra protegen esas fuentes de vida. Sentí un poco de esperanza al ver que esos árboles habían sido conservados por estas personas que viven de la naturaleza y que al parecer no desconocen del todo, la íntima relación entre el hombre y la misma.
Aunque en la provincia de Los Santos hemos acabado con la mayor parte de nuestros bosques naturales a causa de las malas prácticas de ganadería y agricultura, me atrevo a asegurar que no todo está perdido, pues aún contamos con áreas de bosques naturales, sin mencionar que en los últimos años se ha dado una relación más cercana entre nuestros pobladores y las instituciones más familiarizadas con el tema, como lo son el MIDA y ANAM. Esto ha generado ya valiosos frutos, como la recuperación de bosques y especies de animales silvestres donde habían desaparecido, colocándonos hoy día como una de las provincias con mayor recuperación de cobertura boscosa a nivel nacional, lo cual se puede observar en el mapa de cobertura boscosa de Panamá del 2009.
Debemos tener en cuenta que la labor de preservar nuestras riquezas naturales es dura, por lo que no puede ser llevada a cabo por unos cuantos. Es tarea de todos, ya que juntos podemos recuperar lo que hemos perdido, por no pensar en el mañana. Meditemos sobre esto y un día veremos que nos cabe razón.